Artesanas del barro en Sevilla: una ruta por los talleres de la nueva cerámica

May 4, 2021 | 1 Comentario

Paula Felizón (BarroAzul), Raquel Eidem (Espacio Barro), Ana Trancoso (annuccia) y Virginia Paz (Virgen) se dedican a la producción, experimentación y divulgación de la cerámica desde una ciudad donde los azulejos están presentes en cada plaza y en cada casa.

Desde el cuenco donde ponemos la fruta del desayuno a los azulejos que decoran la entrada de tantas casas, iglesias o bares, pasando por las piezas antiguas que se muestran en museos arqueológicos o las más actuales que se exhiben en centros de arte contemporáneo, a través de la cerámica podemos conocer los usos domésticos de civilizaciones pasadas y la aplicación artística que cada pueblo ha desarrollado con diferentes formas, motivos decorativos o esmaltes.

En Sevilla, uno de los centros de producción más destacados desde época romana, las célebres fábricas de Triana cerraron sus puertas en la era de la industrialización del siglo XX, pero en los últimos años han ido surgiendo un buen número de pequeños talleres, con ceramistas que siguen manteniendo vivo el oficio y que impulsan además a que otras muchas personas quieran aprenderlo. Hemos realizado una ruta entre Triana, San Vicente, La Alameda y San Luis para conocer cuatro talleres y cuatro ceramistas que se aproximan a la cerámica desde diferentes puntos de vista. Si algo tienen en común es la conciencia de que la cerámica requiere tiempo y paciencia, un largo camino de aprendizaje que nunca termina y que el trabajo con las manos hace que apreciemos el valor real de las cosas.

Memoria de la cerámica desde el barrio de Santa Justa y Rufina
Empezamos esta ruta en Triana, cuna de grandes alfareros y ceramistas y barrio donde nacieron las hermanas alfareras patronas de la ciudad, Santa Justa y Santa Rufina. Aquí nos encontramos con Paula Felizón, quien regenta junto a Antonio Librero el espacio ‘BarroAzul’. Paula, sevillana de 48 años, es antropóloga y una de las mayores conocedoras de la historia cerámica no solo de Triana, sino de toda Andalucía. “Tras muchos años de estudio sentí la necesidad de trabajar con las manos, por lo que empecé en la Escuela de Artesanos de Gelves”, cuenta Paula para explicar cómo sucede el paso del conocimiento teórico al práctico. Ella es una de las autoras de Farca (Fondo Andaluz de Recuperación del Conocimiento Artesano), proyecto realizado en 2002 por la Junta de Andalucía que aglutinó, en un libro y en una serie de 25 documentales, la memoria de los oficios artesanos tradicionales existentes en Andalucía.

Desgraciadamente, estos documentales no se pueden visualizar en la actualidad al no estar liberados sus derechos ni publicados en ningún canal, algo que Paula lamenta, ya que, como ella dice “sería una estupenda programación para la televisión pública”. Este profundo saber antropológico sumado a sus conocimientos sobre cerámica la hicieron merecedora de trabajar como documentalista en el ‘Centro Cerámica Triana’, para el que estuvo recopilando testimonios orales y archivos históricos para reconstruir la memoria de la antigua Fábrica Santa Ana, sede en la que se realizó el museo en 2014, y que actualmente se encuentra en su exposición permanente.

“La producción cerámica de Sevilla se encontraba en el intramuros de la ciudad, la cual tuvo tuvo una gran actividad histórica, especialmente en época almohade. En el siglo XV tras el descubrimiento de América aumenta considerablemente, lo que hace que también aumentara la contaminación. En este momento Triana pasa a ser centro de producción por varios motivos: por su tradición alfarera, por ser zona de paso en la Ruta de la Plata, por su proximidad al Puente de Barcas (primer y único puente durante casi siete siglos sobre el río Guadalquivir a su paso por la ciudad), por su proximidad también al puerto y porque aquí estaba el barro que venía de La Pañoleta, en el Aljarafe”, explica Paula para adentrarnos en esta relación de Triana con la cerámica. También nos habla de Niculoso Pisano, artista italiano que llegó al barrio en el siglo XV y que fue introductor de la pintura de azulejos. Estos conocimientos son los que divulgan, a nivel teórico y práctico, desde ‘BarroAzul’, un lugar donde empaparse de la historia de la cerámica de la mano de verdaderos expertos, donde aprender alfarería (con Pilar López o con Honor Edgcombe) o donde convertirse en “Ceramista por un día”, una actividad que sigue la senda de Niculoso Pisano con la pintura de azulejos. Esta forma práctica de entender la cerámica sea quizás la mejor manera de respetarla: “Hasta que no haces algo con tus propias manos no sabes el valor que tienen las cosas”, concluye Paula.

Las manos que enseñan, producen y crean
Cruzamos el puente y vamos en dirección a San Vicente. En la calle Goles se encuentra ‘Espacio Barro’, el taller que regenta Raquel Eidem (Zaragoza, 1974). Raquel es artista y escultura, y fue en una estancia en Sargadelos (Galicia) cuando descubrió el torno alfarero. Desde entonces, nunca ha parado de aprender, y desde hace diez años, también de enseñar. “Estar en el mundo de la cerámica implica estar en continua formación y aprender de diferentes maestros, es la única forma de avanzar”. La carrera de Raquel dio un giro cuando pidió una excedencia de su puesto como técnica de cultura en el Ayuntamiento de Morón y comenzó a dedicarse por completo a la cerámica. Su producción artística como escultora la compagina con sus clases, que imparte desde hace un año en este nuevo espacio, tras muchos otros en ‘Un gato en bicicleta’.

Sobre el auge de las clases de cerámica, Raquel cree que se debe a un cambio de pensamiento en la sociedad: “Las clases de cerámica siempre han estado ahí, a través de los centros de mayores y actividades de distritos, los barrios siempre han tenido sus ceramistas. Es cierto que los grandes alfareros y ceramistas han sido en ocasiones algo reservados y han mantenido su tradición dentro de la familia. Cuando yo empecé a dar clases, aunque no había tanta opción como ahora, sí que había grandes talleres, como los de Juanma Herrera, Rocío Almarcha, Yoko Akabane o Teresa Díaz Osta. Ahora lo que ocurre es que está empezando a cambiar el pensamiento de muchas personas, que comienzan a incluir en sus rutinas prácticas como la meditación o el yoga. La cerámica implica concentración y técnica, y ninguna de las dos te van a permitir despistarte”.

“El contacto del barro en las manos relaja, lo que puede estresar es tener expectativas. La cerámica es complicada y requiere tiempo”, añade Raquel. Además, celebra que la cerámica esté pasando por un buen momento: “La industria seriada ha hecho mucho daño, pero la cerámica ha sabido sobreponerse». Respecto a la convivencia entre cerámica tradicional, cerámica doméstica o cerámica artística, Raquel cree que “en Sevilla conviven la cerámica tradicional y la más contemporánea muy bien, desde Cerámica Enuso, que hacen piezas con un enfoque más tradicional, a Todomuta Studio, que hacen diseños espectaculares”. Y por último, un deseo: “Me considero escultora y alfarera, y ojalá dentro de diez años pueda ser ceramista en su más amplio sentido, esta es una carrera muy compleja que requiere de mucha formación y conocimientos para dominar todos sus aspectos”. Mientras tanto, la aventura que comenzó por cuatro alumnos, hoy día no para de crecer, y es que, según Raquel “este es un gremio con un vínculo muy bonito”.

Un talento inesperado que se cuece a fuego lento
Seguimos la ruta por la calle Hombre de Piedra, junto a la Casa de las Sirenas de la Alameda. Aquí nos encontramos con Ana Trancoso, sevillana de 30 años que tiene un proyecto de cerámica bajo el nombre de ‘annuccia’, diminutivo en italiano de Ana con el que empezaron a llamarla en sus muchos viajes a Italia, país con el que tiene un fuerte vínculo. Ana es historiadora del arte y gestora cultural, y fue precisamente su formación en estas materias lo que la llevó a descubrir a artistas contemporáneos que trabajaban con la cerámica. Esta primera aproximación a ceramistas pensó en enfocarla con labores de comisariado de posibles exposiciones, pero un curso en Madrid hizo que cambiara de opinión. Lo que empezó siendo curiosidad hacia esta expresión artística, terminó por convertirse en una forma de vida, especialmente cuando descubrió que su creatividad, de la que ella dudaba en un principio, se fue liberando y expandiendo a través de la cerámica.

“Me lo tomé como un camino de aprendizaje, hasta que poco a poco la cosa fue a más. Estuve dos años aprendiendo torno con Raquel Eidem, y alternando con prácticas en otros tipos de modelado”, nos cuenta Ana desde el patio de su taller, en el que también trabajan otras dos ceramistas. “Lo mejor de este lugar es que comparto conocimientos con mis compañeras y la experiencia es muy enriquecedora”. “Con la cerámica he ido descubriendo todo muy poco a poco, me he ido dejando llevar. En el taller tengo la capacidad de desconectar cuando entro en contacto con la materia. En cada uno de los procesos he ido creando un mantra, y de la cerámica se aprenden cosas que se pueden aplicar a la vida diaria. La cerámica es algo completamente incontrolable”.

Dentro de muy poco comienza también a dar clases en una galería de Los Remedios, actividad que encara con muchas ganas ya que, por su otra profesión como historiadora del arte y gestora cultural, sabe lo que es explicar y compartir conocimientos tanto con público infantil como con público adulto. Esta vez, toca transmitir sus saberes sobre cerámica, que se hornean poco a poco desde un rincón escondido de un patio sevillano, donde no faltan algunos azulejos, esos que según Ana, “están presentes en cualquier lugar de la ciudad”.

Exploradora de tierras vírgenes
La última parada la hacemos en el taller de Virginia Paz (Vigen es su proyecto creativo, y Virgen Cerámica como aparece en redes), sevillana de 34 años que tras un tiempo compartiendo espacio en el estudio de Pablo J. Rodríguez (Little), emprende con su propio taller situado en Divina Pastora, entre las calles Feria y San Luis. Desde aquí, Virginia construye un proyecto cerámico en el que combina la producción propia, la experimentación con tierras y la divulgación con clases. Hasta llegar aquí, ha pasado por varias fases que culminaron cuando se encontró con la cerámica: “Toda mi vida he ido probando distintas formas de expresión: estudié fotografía en la Escuela de Arte, hice decoración infantil y mobiliario, dibujaba… además de ser camarera durante un montón de años; pero fue estando embarazada que hice un curso de alfarería y me enamoré. Fue como una obsesión. A partir de ahí no lo pude soltar», explica Virginia.

«Me interesa mucho lo que me aporta a nivel personal, es como una terapia de vida. La cerámica enseña a tener paciencia, obliga a que el ritmo baje. La cerámica tiene tiempos que hay que respetar. Esto, tal y como estamos acostumbrados a vivir, no es muy común. Cuando te pones a hacer cerámica tienes que respetar unos tiempos y tienes que aprender a desprenderte de ellas, se trabaja la paciencia y el desapego”. Sobre el proceso de aprendizaje y enseñanza, Virginia piensa que “para ser ceramista de forma completa hay que estar una vida entera aprendiendo. Enseñando se aprende mucho. Tengo unas alumnas que me cuidan y me siento muy agradecida de que compartamos las mismas inquietudes”.

Esta fascinación le está marcando un camino claro en vías de aprender todo lo que pueda: “Estoy en un proceso de exploración con las tierras, para trabajarlas y modificarlas. Me gusta que se perciba el barro con el que he estado trabajando, de ahí que mis piezas sean muy orgánicas y que no las esmalte”. La parte de la cerámica sobre el que más le interesa conocer y profundizar es el tratamiento de las tierras: “Trabajar con tierra es lo más noble. Es trabajar con el suelo que pisamos. Poder trabajarla y estudiarla me parece una cosa preciosa. Empezar con una bola de barro y que acabe siendo algo que puedas usar y que perdure en el tiempo es increíble”.

Fuente: lavozdelsur.es

Texto: Valeria Reyes Soto. Fotografías: Mauri Buhigas

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